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La importancia de un océano saludable

por Fundación Cequa

Dr. Jorge Acevedo Ramírez, investigador Centro Regional Fundación CEQUA

El océano, ese gran y vasto cuerpo de agua que cubre más del 70% de la superficie de la tierra, tiene una importancia vital en los patrones del sistema climático de la Tierra, y está siendo ahora reconocida por los gobiernos y cada vez más por el público. Sin embargo, menos apreciado es el papel central del océano en el mantenimiento de los ecosistemas, la biodiversidad, y en el apoyo de los sistemas humanos. Según los últimos reportes que han sido publicados por varias agencias y organizaciones intergubernamentales, se estima que la economía global asociada con las costas y océanos (la «Economía Azul») tiene una base de activos de más de USD 24 billones y genera al menos USD 2,5 billones cada año a partir de la combinación de pesca y acuicultura, transporte marítimo, turismo y otras actividades.

No obstante, los sistemas marinos en todo el planeta se están alterando debido al cambio climático y la actividad humana con impactos que no tienen precedentes a escalas locales y globales, amenazando la capacidad del mismo océano para mantener los servicios cruciales para el planeta y las comunidades humanas (servicios de los ecosistemas), incluidos los que brindan bienestar (alimentos, agua y seguridad económica), de regulación (por ejemplo, el clima), los que brindan apoyo (por ejemplo, ciclo de nutrientes) y las que son de naturaleza cultural (por ejemplo, uso tradicional o recreativo) y, por consiguiente, aumentando el potencial de conflicto social. Así, la conciencia de que la salud del océano está en alto riesgo es necesaria para preparar respuestas a un futuro incierto.

La pandemia del COVID-19 proporciona una perspectiva oportuna de lo que puede suceder si no se tiene plena conciencia del riesgo, o si no se actúa coordinadamente sobre la información disponible sobre el riesgo, y más importante si no se implementa la planificación de forma mancomunada. Cuando la pandemia surgió en todo el mundo, la respuesta fue variable, lenta, mal coordinada o incluso conflictiva a nivel nacional e internacional en muchas regiones. A medida que la enfermedad avanzó, comenzaron a surgir conocimientos sobre lo que salió mal, lo que salió bien y como éste debía ser enfrentado a través de una coordinación y planificación sanitaria mundial basada en la ciencia. Este ejemplo es relevante porque los impactos negativos que se está ocasionando a la salud del océano probablemente superarán con creces las consecuencias sociales y económicas globales del COVID-19 en el futuro cercano.

Así, por ejemplo, las proyecciones de las pérdidas asociadas con los impactos del cambio climático en el océano serán al menos de magnitud similar, pero continuarán desarrollándose durante décadas. Sin medidas de mitigación y adaptación mancomunadas desde todas las sociedades y naciones, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) proyectan pérdidas anuales del 0,3% al 9,3% del PIB mundial para 2100 solamente bajo los escenarios de aumento del nivel del mar proyectan pérdidas anuales, mientras que las pérdidas debidas a la disminución de la salud y los servicios oceánicos para el año 2050 se proyectan en USD 428.000 millones, y para el horizonte al año 2100 de 1.979 billones de dólares por año. En escenarios de altas emisiones, se prevé que los ingresos pesqueros mundiales disminuyan en más del 10% durante las próximas tres décadas, resultando en una reducción anual de entre 6.000 y 15.000 millones de dólares. Estas proyecciones son en el mejor de los escenarios, desde que aún falta conocimiento del costo de muchos de los impactos potenciales a diferentes escalas.

Aun cuando este alto riesgo ha sido reconocido por la comunidad científica y destacados ante los gobiernos y el público en numerosas ocasiones durante al menos las dos últimas décadas, es necesario garantizar que los riesgos para el océano y el bienestar humano asociado se comprendan plenamente desde el kindergarten hasta las máximas autoridades. El COVID-19 ha dejado una lección clave, ya que ha destacado al público y los gobiernos la importancia de comprender los riesgos, y ha demostrado el papel crucial que la ciencia desempeña como parte de ese proceso.

La pandemia de COVID-19 es una llamada de atención y de acción. Los riesgos para las sociedades y las economías que surgen de no cambiar e implementar acciones concretas y de manera coordinada basada en información científica que permitan revertir el deterioro de la salud del océano debido al cambio climático y la actividad humana, estallará en una crisis marina que reflejará los peores aspectos y consecuencias que las dejadas por el COVID-19. Así, la urgencia del desafío es claro y universal.

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