Dra. Valeria Souza Saldivar, investigadora Fundación CEQUA/UNAM, México
El barquito pesquero se llama Maripaz II, en el primer viaje (27- 30 de enero). Los pasajeros en ese viaje nos incluían a Luis Eguiarte (mi mando) y yo, junto con mi estudiante de doctorado -Manuel- y 5 profesionales de Fundación Cequa. La tarea: tomar muestras de microbioma y genoma de pingüinos de Magallanes que viven en un conjunto de pequeñas islas llamadas Tucker entre la gran isla Dawson y Tierra del Fuego en la parte sureste del estrecho de Magallanes, por lo que hay que cruzarlo a todo su ancho, el clima es bueno pero las olas están un poco alborotadas y algunos pasajeros se marean… pobres, no saben lo que les espera de regreso. Finalmente llegamos a las islas Tucker y bajamos en el zodiac a darle la vuelta a la isla mejor conocida y seguramente habitada por una numerosa colonia de pingüinos de Magallanes, la que llamaremos Tucker 1. Esta es una isla con pastizales y árboles secos, la razón de los árboles muertos sin duda es que los nidos de pingüinos mataron sus raíces. Es por esto que el suelo que se siente como esponja debido a todos les hoyos que hacen los pingüinos en más de la mitad de la isla
En estos “condominios», las gaviotas y los salteadores chilenos están siempre al acecho de los bebés pingüinos ilusos. Es interesante que la otra mitad de la isla tiene arbustos, y entre sus raicea están algunos pingüinos muy contentos de que no los vean los pájaros predadores. Entre ambas colonias hay un pantano con pastizal alto, ahí no estaba nadie más que un iluso pingüino joven que se atoró en el lodo y lo salvó uno de los tripulantes. Del otro lado de la isla, los acantilados estaban dominados por cormoranes en sus propios condóminos de muchos pises con tenaza al mar. Eso del microbioma de los nidos no es nada fácil, pero Diana Schofield, es ya una experta en controlar a un pingüino «punk” en su nido poniéndole una carpeta como escudo contra picotazos. mientras que Katherine Gaete nos ayuda con las muestras de los nidos mientras mide todas las variables ambientales del sitio, incluyendo la temperatura del nido y del suelo. Luis etiqueta los tubitos y mete los hisopos que le da Diana a sus tubos correspondientes; yo mientras apunto todo en la libreta de campo y uso el GPS para posicionar los nidos y, porque no, dibujo la forma de los nidos y quienes viven adentro. El equipo de los pingüinos de la playa para genómica implica además de frotar con tórula para microbioma frontal, dorso y patas, al pingüino, furioso, tomarle medidas y pesarlo. Lo malo es que el pingüino furibundo va y les cuenta a sus amigos que están haciendo esos humanos de la playa, y, aunque algunos pingüinos curiosos se acercan a ver qué pasa, cada vez es más difícil atrapar a un incauto.
La mañana siguiente fuimos a explorar las otras islas Tucker, una de ellas se veía que había sido habitada por pingüinos, porque estaba desolada y con árboles muertos y el pastizal seco. Los pingüinos, claros arquitectos eco sistémicos, se habían mudado a la isla de enfrente donde había un bosque denso de Nothofagus (pariente ancestral de los encinos) y canelos, todos ellos árboles únicos de la región austral. Los pingüinos claramente habían empezado antes a tener bebés en esta isla privilegiada y había muchos adolescentes en la playa, los cuales, obvio, no se dejaban pescar. Los padres que quedaban cuidado bebés eran muy felices en sus nidos entre las raíces de Jos árboles o en los huecos de los árboles caídos.
En la tarde, el barco zarpó a buscar refugio del viento en una bahía en el canal Magdalena donde uno podía ver la espectacular cordillera Darwin con sus montañas y glaciares, y a conseguir agua fresca de una cascada espectacular rodeada de flores, el atardecer pintaba el cielo de colores y nos sentíamos los únicos humanos en este paraíso natural. Sin embargo, el paraíso tiene un precio, y ese es su viento, al fin logramos salir de isla Magdalena logramos entrar al estrecho de Magallanes con un oleaje que nos hacía sentir como marineros del siglo XVIII a punto de morir en un barquito hecho trizas. Sin embargo, Maripaz II heroicamente resistió a las olas, el capitán nos llevó a buen puerto en la tarde del domingo, casi 12 horas después de empezar a navegar en la mañana.
En este viaje conocimos la isla Dawson, nos trasladamos por paso Ancho y aprendimos a navegar con buenas y malas condiciones de mar. Pero lo más importante es que fue posible aportar al Proyecto Microbioma de Cequa con las muestras programadas de los pingüinos en el área de estudio, y con la misma motivación de cuando esta iniciativa estaba en el papel, prometiendo un mejor futuro para la ciencia en Magallanes, estudiando este maravilloso laboratorio natural que nos entrega el extremo austral de Chile.